domingo, 18 de septiembre de 2011


Salgo de esa pequeña tienda del barrio de Gracia con la satisfacción pintada en mi rostro. Es un establecimiento pequeño que me llamó la atención nada más verlo. Japó a Barcelona, Japón en Barcelona. Unos pocos metros cuadrados pertenecientes al País del Sol Naciente. Estanterías repletas de la cultura del país nipón, centenares de páginas llenas de tradiciones, cuentos, leyendas, cultura... Una pequeña trastienda las paredes de la cual son el hogar de varios kimonos, telas de colores que no existen en las prendas de occidente. Son realmente hermosos. Tras observar durante un rato que se me antoja insuficiente me voy, pero me llevo conmigo una parte de esta pequeña tienda, Cuentos de Japón. 

Ya en la calle, empiezo a andar. En menos de un minuto, me plantó en Gran de Gracia. Las cantidades se multiplican. Hay más gente, más coches. Por unos instantes, la luz del Sol abrasador me golpea el rostro al haber dejado la protección de las estrechas calles, de los edificios con selvas por balcones. Y me muevo, empiezo a descender por la ajetreada calle. Me quedo en la acera izquierda, por costumbre, ya que la sombra llega a ambas aceras. Voy en dirección contraria a la de la gran cantidad de coches que suben por Gran de Gracia, hacia la zona norte de la ciudad. Me cruzo con gente, personas, niños, adultos y ancianos. Algunos reparan en mi presencia, otros no. Intentó fijarme en todo el mundo. Me gusta observar. Y observo a seres humanos las características de los cuales son tantas, y tan distintas que ni en una enciclopedia de veinte volúmenes se podrían recopilar. Es fantástico. 

Ando y ando, y de improviso, como si la escala de Barcelona hubiera decidido aumentar por propio placer, Gran de Gracia crece. Y entonces nace el famoso Passeig de Gracia, una calle que desprende lujo y glamour con orgullo. Y las cantidades vuelven a multiplicarse. Más gente y más coches. Más que observar y de lo que disfrutar. Ni siquiera me pongo a escuchar música. Prefiero oír a la multitud. Chirriar de frenazos, pitidos de claxons, risas, gritos, el viento revoloteando... Todo junto formando la voz de Barcelona. 

Desciendo lentamente, no quiero perderme nada. Pero me paso a la acera derecha, los edificios ya no me protegen de la inclemencia del astro rey. Sin esperármelo, a mi izquierda aparece La Pedrera. Una de las varias obras de Gaudí, las piedras más preciosas de un collar ya de por si hermoso. Paredes blancas y de formas inusuales, balcones imposibles... y los fantasmas que reinan en el tejado. Pero no es la única creación del famoso arquitecto que vive en Passeig de Gracia. Tras pasar por delante de varias boutiques de lujo, tales como Loewe, Louis Vuitton y Marx Mara y tras cruzar alguna que otra calle importante, aparece otra de las obras. Al principio, ni siquiera la veo. Pero se que está ahí, gracias a la cantidad de objetivos que disparan sin cesar. Turistas con sus cámaras. Miró a mi derecha y veo la fachada exquisita, los colores, más balcones imposibles y un dragón en lo más alto de la mágica construcción. La Casa Batlló. Otra perla del collar.

Y en pocos metros soy testigo de la muerte del Passeig de Gracia. O tal vez se su nacimiento. Supongo que no es algo relevante. Entro en Plaça Catalunya, puede que uno de los lugares más emblemáticos de la capital catalana. Las fuentes están encendidas. Imagino arcoiris mientras me dirijo hacia ellas. Cuando estoy cerca, pequeñas gotas invisibles me humedecen el rostro. Incluso cierro los ojos. Además, el Sol ha dejado de ser un infierno en el cielo y ahora no es más que una llama que con suavidad me calienta la piel. Es tan agradable...

Pero me muevo, abandonó las fuentes y la colosal propaganda de Giorgio Armani que reina sobre la plaza. “Sería genial tener un traje de esos” pienso sin poder evitarlo. Y mientras mi mente imagina y viaja por terrenos que no puedo describir, entro en el Fnac. 

Al fin y al cabo, he venido a Barcelona para comprarme el último CD de Adele, 21. Y luego coger la renfe para volver a casa.      



PD: Mis queridas (y querido) seguidoras (y seguidor), os informo de que me voy a tomar un descansito con el blog. No es algo premeditado, simplemente me apetece un descanso, debo ordenar un poco mi cabeza. ¡Y quiero cambiar el formato del blog! Así que bueno... nos vemos en... ¿2 semanas? Maybe...

Besssssssssssssssssssssssssssos :333 y no olvides que os sigo queriendo so much ^^

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Dreaming Out Loud 3



Volvía a estar tumbado encima de algo frío, agarrotado y con las pestañas cubiertas de un fino manto de escarcha. Notó sangre en sus labios agrietados. Un brazo había quedado atrapado debajo de su cuerpo y ahora no era más que un trozo de carne inerte y congelada. El otro brazo lo tenía justo delante, igualmente congelado. Sin embargo, la piel no estaba cubierta por una fina capa de hielo, sino por una sustancia negra que dejaba de ser viscosa y se transformaba en lo que parecía arcilla seca ante el calor, tierra virgen que pierde la vida, que pierde el agua. 

Pero esta vez no tenía baldosas acariciándole el cuerpo. Se movió levemente y sintió como algo se le clavaba en la fría piel. Empezó a levantarse, notando agujas encastadas en las palmas de sus manos. Y miró a su alrededor, esperando encontrar otra caverna helada. Apenas había luz. Las paredes eran oscuras con un cierto ápice de verde, este último el causante de la insignificante claridad que le rodeaba. No había techo, solo un agujero negro. A su izquierda había un pasillo, lúgubre como la estancia en la que se encontraba. Se acercó a la pared, buscando algo que le permitiera adivinar que eran esos destellos verdosos y aún más importante, en que sitio se encontraba.

Con mano miedosa rozó la pared. Notó algo blando, incluso suave, algo que le resultó familiar. Musgo. Vegetación. Plantas osadas que por algún extraño motivo eran capaces de crecer ante ese apabullante invierno. Pese a la presencia de esos seres vegetales tan reconfortante, se obligó a mirar hacía el pasillo en el que había reparado antes. Y entonces se dio cuenta de lo que pisaban sus sucios zapatos. Huesos. Millones de ellos. Huesos de cadáveres la naturaleza de los cuales prefería no plantearse. Pero estaba seguro, tenía la sensación que algunos de ellos eran de humanos. Centenares de agujas resquebrajadas que crujieron ante sus pasos vacilantes. Crujido tras crujido, el joven fue avanzando hacia esa abertura, pensando poder encontrar una salida. 

Ante sus ojos apareció un corredor sin fin. Paredes oscuras y verdosas, como las de la cámara en la que estaba momentos antes. Esta vez si había techo, uno de forma semicircular del que colgaban brotes y raíces, hojas y pequeñas flores blancas. Pero la misma frialdad seguía penetrando en su interior por cada poro de su piel, helándole la sangre. Era extraño. Esas motas verdes, la vida, conseguía embestir y superar las barreras. Fue avanzando, lentamente. 

Entonces se dio cuenta de que no toda la totalidad de las paredes era musgo y hiedra. A medida que andaba, aparecieron puertas. Puertas de todos los colores, tamaños y formas. Puertas pequeñas, que apenas le llegaban a la rodilla. Puertas exquisitas, de plata y oro que desprendían luz, como si de pequeñas supernovas se trataran. Puertas gigantes que casi llegaban hasta el techo. Puertas azul cielo y azul mar. Incluso turquesa en movimiento, como las olas de una playa. Puertas naranjas y puertas violetas. Puertas redondas y cuadradas, con forma de estrella e incluso con formas desconocidas, siluetas inexistentes. Puertas negras que parecían no ser más que vacío.

De pronto se paro en seco y miró hacia la derecha. Una puerta. Sin embargo, no era como las demás. Era un espejo con un marco de color fuego que parecía desprender llamas. De uno de los costados de esa lamina reluciente, de entre el cristal, emergía el pomo, de forma dorada. Era un león de ojos rojos y mandíbulas abiertas que mostraban unos colmillos blancos perfectos. Se vio a si mismo en el espejo. Su aspecto era horrible,  parecía un cadáver recién salido de su sepultura. Decidió abrirla, aunque solo fuese para intentar huir de esa brisa gélida. Así que colocó su mano encima del león, desplegó sus dedos lentamente, temiendo que algo pudiera ocurrir. Cubrió el felino con la piel de sus dedos que seguía bajo cero. Giro la muñeca. Y la puerta se abrió.  

sábado, 10 de septiembre de 2011

JB Again

Lunes cole. Ohjoderquemierda. Normalmente, es decir, todos los años, cuando estamos en Septiembre yo ya tengo ganas de empezar. Pero no este año. Es raro, porque después de todo voy a empezar el bachillerato humanístico, el que quiero hacer de verdad. Aún así, no me apetece NADA ir a clase. 

Así que bueno, como me aburro mucho y quiero hacer algo para que el tema cole desaparezca de mi mente... bueh pues como que voy a escribir algo.


Mi primer escrito fue sobre Justin Bieber (no me matéis todavía por favor). No me arrepiento de haberlo hecho. Tampoco de lo que dije en ese momento, era mi opinión, lo que creía y lo que pensaba sobre la joven celebridad. Esa opinión ha cambiado ligeramente en estos ocho meses. A ver, por lo general sigo pensando lo mismo. Justin Bieber es un cantante muy joven que haces canciones para un público EXCLUSIVAMENTE joven Y femenino. Hay gente que tiene celos del cantante, ¿celos inconscientes? si, puede que sea eso, pero celos al fin ya al cabo. Y tampoco creo que eso sea algo malo. Joder, ya lo dije en enero. Justin tiene de todo. De todo material, porque claro esta, de amigos tendrá los mismos que cualquiera, o puede que incluso menos. Sí, así que están los celos. 

Pero también existe algo llamado respeto. Y esto es algo que las personas no pueden perder (aunque haya excepciones). Así que bueno, claro está que no tiene por que gustarte su música, a mi no me gusta. No, ciertamente es horrible. Esta es mi opinión, una opinión válida y legítima como la de cualquier otra persona. Pero yo no me acercaré a un grupo de beliebers a decirles que no escuchan sino una mierda. Anda por favor, faltaría más, si lo quieren escuchar, que lo hagan. Sin embargo... las beliebers también tienen que respetar los gustos de los demás. Yo puedo escuchar Iron Maiden, Nirvana, lo que sea y no me tienen que faltar el respeto por ello. Ruido dicen. Ruido. Si claro, perfecto, pero lo que tu escuchas no cuenta mucho más que los gritos de un bebé. Venga ya, hombre. Y es que vamos a ver, la música es música, y mientras con que le transmita algo a quien la escucha es suficiente. Disfrutar del sonido, y dejar que los demás disfruten. Debería bastarnos con eso.

Como ya he dicho a mi el Bieber a dejado de gustarme. Ni el ritmillo, que en su momento no estaba mal. Supongo que he descubierto cosas muuuuuuuuuuuuucho mejores (léase Nirvana, los Guns, Adele, la gente que hace covers en youtube (adelante, podéis pegarme virtualmente si queréis), Mecano... No sé, es distinto. Mejor, para mi. Y bueno, es tan tan tan tan marketing que me da hasta repelús. 

Oh, y a ahora me viene a la cabeza una cosa. Hace unas semanas estaba leyendo la cuore (sí, lo sé, lo sé) y vi unas fotos que me dejaron en plan O__O + LOOOOOL + ¬¬ + ejem what’s that?... Fueron estas:



¡¡¿Hombredemivida pero que coño haces?!! ¿Te has drogado? ¿Has perdido una apuesta? ¿O la cabeza? Vamos a ver. Sí vale, polémica y notición pero no sé... Hay tío, que se yo... pélatela por lo menos antes de salir macho, que todos sabemos que la herramienta está más contenta por las mañanas. Tan tranquilo el niño, con la uniojo bien despierta y venga a que me hagan fotos.... NO - ES - NORMAL. 

En fin, siento este último párrafo tan obsceno.

PD: Sí tomorrow cuelgo algún dibujo ya desearé buena suerte a todos aquellos que empiecen el cole ;)

Kisssssssssssssssssssssssuskissss :333

martes, 6 de septiembre de 2011

Dreaming Out Loud 2

Notó un frío abrasador a lo largo y ancho de su cuerpo. Estaba en el suelo, con la parte derecha de su rostro pegada a las baldosas que de no ser por su color gris verdoso, podrían haber sido hielo. Le costó lo que le pareció una eternidad retomar el control sobre sus músculos, aparentemente inconscientes. Lentamente, fue levantándose, y cuando por fin consiguió sentarse, miró a su alrededor. 

A su alrededor se cernía una caverna gigantesca y alargada, con techo alto y forma de bóveda del que colgaban una infinidad de carámbanos de hielo. Las paredes eran del mismo color que las baldosas del suelo, y desprendían la misma brisa que helaba el aliento. Había dos largas hileras de columnas a derecha y izquierda que como un ejercito de soldados durmientes sostenían el peso del techo. Parecía una catedral. Una catedral construida en medio de un glaciar. Y donde las columnas desaparecían para dar lugar a un imponente altar de mármol blanco, volvía a estar él. El hombre de melena color platino, esta vez vistiendo un traje de satén azul celeste y un abrigo de terciopelo blanco. Brillaba más que cualquiera de las columnas, más incluso que el techo. 

Y entonces el chico recordó. Recordó la mansión en lo alto de la rampa de hormigón, recordó la puerta de madera negra y las hadas que hacían de picaporte. De golpe, una luz de alarma se encendió en su cabeza, una luz que le mandaba huir. Abrió los ojos y miró al hombre que lo miraba desde el altar, comprendiendo. Y recordó el horror. Sus compañeros de clase desechos en medio del recibidor de la mansión. La sangre. Los gritos ahogados y las vísceras desgarrando la pureza de las paredes exquisitas y del suelo perfecto. Se palpó el brazo y notó asqueado que parte de su compañero seguía en su brazo, así como en su rostro, trozos de carne y sangre que empezaba a coagularse, transformándose en una masa negruzca y heterogénea. 

Volvió a alzar la vista y comprobó aterrorizado que el misterioso hombre estaba a menos de tres metros de él. Intentó retroceder, arrastrándose por el suelo usando solo los brazos dado que las piernas aún estaban dormidas a causa del frío. Miró en todas direcciones, buscando algo que le permitiera huir de esa tumba helada, una puerta, una ventana, lo que fuera. No había salida, solo escarcha. 

El hombre dio un silencioso paso hacía él. Luego otro. Y otro. Estaba demasiado cerca, podía ver su piel perfecta, sin arrugas, sin defectos, como si fuera porcelana. Y sus ojos que brillaban como dos supernovas en medio del universo. Dio otro paso. Lo tenía a menos de un metro. El chico dio un grito ahogado, un suspiro agudo que resonó entre las columnas y los carámbanos. Quería alejarse de ese ser, huir de esa catedral, de ese infierno de hielo, de ese demonio angelical que se le acercaba. Veía a su muerte entre terciopelo y satén. Un último paso. 

El hombre alargó la mano y lo agarró por el cuello de la camiseta. Lo levantó como si de una muñeca se tratara. El joven notaba su corazón retumbando en su interior, incluso pidiendo auxilio en cada latido desesperado, rogando por seguir con vida. Apenas podía respirar, el aire congelado entraba en sus pulmones y emanaba de ellos entrecortadamente, en forma de pequeñas nubes de vapor. Intentó suplicar con palabras, pero de entre sus labios cortados solo salieron ruidos carentes de sentido. Pero pareció que el hombre intuyó que quería decir algo. Sonrió, del mismo modo en que lo había hecho en la mansión antes de acabar con la vida de su clase. Ya estaba, pensó el chico, se acabó. Y entonces el hombre habló, un susurro que sonó como un réquiem silencioso. 

- Shhh... Tranquilo... La muerte.... aún tardará en alcanzarte.

Entonces, las baldosa heladas desaparecieron y se abrió un agujero negro sin fondo. El chico alzó el rostro, miró al hombre con ojos suplicantes y mientras las lágrimas empezaban a manar, éste lo soltó.

Gritó. Y sus alaridos de terror y odio golpearon las profundidades, maldiciendo al hielo de la catedral, al hombre de cabello color platino y su traje de satén azul.