jueves, 16 de febrero de 2012

Voy a cumplir 17 años (23F, recordemos). 17. Oh sí, 17, que bonito número. Y un cojón y medio. Ya no soy un crío adolescente que se puede tomar las libertades que se merece. Oh no, los juegos de la infancia han terminado, Adsi, tú ya eres un adulto, nada de gozos. Vaya, una pena. Pero que guay, ¡ya soy casi un hombre! 

Pues no.



Por Dios, que poca memoria... ¡son 17 y no 18! Aún soy un niño. Pero un niño grande. Vete a la mierda, ¿me oyes? A - LA - MIER - DA. Lejos. 

No os creáis que interpreto la edad de 18 años como el chollo de la vida, sé que no lo es. No los tengo. No obstante, para lo que interesa, como si los tuviera oye. Sí sí, que uno ya tiene unas responsabilidades de las que hacerse cargo. Y tanto, que ya hemos madurado, debemos aceptar lo que se nos dice. Y sin rechistar, obviamente. Que sí que sí, que como antes nos internemos en esta sociedad de cabezas gachas, mejor. Lo que te dicen los de arriba es lo correcto, tu obedeces, sino, te cortan la cabeza. Punto y final. ¿Pero y si me apetece decidir un poquito? Punto y final, he dicho. 

Aún soy un crío. 



¡¡AAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRGGGGHHHH!!


Joder, en serio, que os den a todos, estoy cabreado. Sí, esto es una puta pataleta. Tonterías y palabrotas. Pero me da igual. Que rebelde oye, como chico de 17 años, las pataletas son algo que ya no me puedo permitir. Insisto, son cosas de niños. Pero es que estoy muy loco, ya deberíais saberlo. Llamadme rebelde si queréis. 


Tengo derecho a cabrearme, ¿o no?


Pobre iluso, aquí no hay derechos ni nada parecido. ¿Cabrearte? Ja - ja - ja. No hay atajos, ni segundas oportunidades, ni matices secundarios, no. Nada. 



Aquí, tú solo obedeces.